Sep 9, 2019 | Reúnase con Nosotros |
¿Le tienen confuso las muchas iglesias que existen hoy en día? ¿No sabe cuál de ellas dice la verdad? ¿Repite usted el refrán «todas las iglesias son buenas», pero no asiste a ninguna de ellas? ¿O tal vez es miembro de una iglesia, pero ve en ella mucho que le preocupa? ¿Le preocupan las divisiones, contiendas, contradicciones y competitividad que hay entre las iglesias? ¿Se opone a la mercadería que practican? Bueno, la verdad es que existe en el llamado «cristianismo» mucho que confunde, mucho que justifica sus preocupaciones y no pocas cosas que hasta alejan de Dios a la gente; sin embargo, debe comprender que Cristo no tiene la culpa. El Señor no fundó muchas iglesias, distintas en práctica y doctrina, sino UNA SOLA. Dijo: «Edificaré mi iglesia» (Mateo 16:18). Una iglesia, no muchas.
¿Qué le parece una iglesia donde los miembros sólo quieren agradar a Dios de acuerdo a lo que está escrito en Su palabra? ¿Le parece esto imposible en pleno siglo 21? Pues, ¡no lo es en absoluto! Aunque usted no la haya conocido hasta ahora, ella sigue fiel en doctrina y práctica desde su establecimiento en el primer siglo (Hechos 2:36-42) hasta el día de hoy. Ella es el conjunto de personas salvas; no un edificio sino almas vivas rescatadas por Jesús. En la actualidad, la iglesia del Señor (Hechos 20:28) cuenta con miembros en muchos países del mundo. ¿Le parece increíble que una iglesia sea la original, apartada del sectarismo y estrictamente bíblica en adoración, organización, doctrina y vida espiritual?
Pues, tenga la plena seguridad de que en Dos Hermanas existe una iglesia de Cristo que procura tener todas estas cualidades. Sus miembros, por la voluntad de Dios, se llaman «cristianos» solamente (Hechos 11:26), sin apellidos ni apodos que sólo sirven para fragmentar un mundo religioso ya muy dividido. La iglesia en Dos Hermanas es «de Cristo» (Romanos 16:16), denotando la necesidad de pertenecer a Cristo y no a ninguna alianza sectaria.
Si le interesa la idea de servir a Cristo, siguiendo Su ley revelado en el Nuevo Testamento (1 Corintios 9:21; Gálatas 6:2; Santiago 1:25) y no las leyes y tradiciones de hombres falibles, le invitamos cordialmente a reunirse con nosotros. Nos congregamos cada domingo y martes a las 7:30 de la tarde. Su presencia nos será muy grata. Para saber cómo llegar a nuestro lugar de reuniones, véase el croquis (abajo).
Nos reunimos con gozo y con un amor ferviente hacia Dios y nuestro prójimo (Mateo 22:37-40). Nuestro culto se desarrolla de la siguiente manera:
- Cantamos alabanzas a Dios sin instrumentos musicales (1 Corintios 14:15; Efesios 5:19; Colosenses 3:16; Santiago 5:13).
- Oramos a Dios Padre por medio de Jesús, el único Mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5; Hebreos 7:25).
- Estudiamos la Palabra de Dios (Hechos 20:7).
- Participamos de la Cena del Señor cada domingo (Hechos 20:7). Los dos emblemas usados para respresentar la muerte redentora de Jesús son: el pan sin levadura (Mateo 26:26,17) y el fruto de la vid (o sea, zumo de uva, Mateo 26:27-29).
- Ofrendamos voluntariamente a Dios cada domingo, según Dios nos haya prosperado (1 Corintios 16:1,2). Nunca pedimos ofrendas a los que nos visitan. Los miembros de la iglesia de Cristo no tienen obligación de «diezmar», conforme a la costumbre de otras iglesias.
En la iglesia de Cristo de Dos Hermanas usted no encontrará ningún desorden o alboroto, pues los hermanos se someten a las instrucciones del Espíritu Santo haciendo «todo decentemente y con orden» (1 Corintios 14:40).
Si le gustaría conocer mejor a Dios e investigar más las enseñanzas del cristianismo puro, estamos a sus órdenes para ayudarle en su búsqueda. Usted será nuestro invitado de honor.
Que Dios le bendiga,
Los cristianos de la iglesia de Cristo de Dos Hermanas
Sep 3, 2019 | Busca a Dios |
En el curso de nuestra vida, usted y yo decidimos coger un camino determinado a consecuencia de lo que otros nos han enseñado, sean familiares, amigos, profesores de escuela, sacerdotes, pastores, predicadores, etc. Poco a poco nuestras convicciones se van cristalizando por medio de este aprendizaje e influyen en todo lo que pensamos y hacemos. (Aun los inventores más grandes de la historia nos habrían dejado sin nuevos descubrimientos si no hubiese sido por el conocimiento que adquirieron de sus predecesores.) En fin, no hay nadie sobre la faz de la tierra que no haya aprendido de otro, o por palabra o por ejemplo, y esta norma de la vida se aplica sobre todo a la religión.
Nuestras convicciones religiosas se asemejan a los ladrillos de una casa. A medida que vayamos aprendiendo de otros, le ponemos más ladrillos, a veces sustituyendo los antiguos por otros nuevos cuando cambiamos de opinión en cuanto a alguna creencia. Aun los que niegan creer en Dios o en la religión organizada construyen su casa a base de principios y normas de conducta que han adquirido de otros de creencias parecidas. ¿Cuál es SU actitud con respecto a lo que otros le han dicho a usted? Hay por lo menos tres posibles respuestas a esta pregunta:
1. Puede aceptar lo que le han dicho sin investigarlo por sí mismo. Tanto el religioso como el ateo se pueden hallar en esta categoría por rehusar averiguar por sí mismos lo que han aprendido de los demás. Los tales adoptan a ciegas ideas y costumbres de otros y nunca las ponen en duda.
2. Puede rechazar lo que le han dicho sin querer saber la verdad del asunto. Muchos desconfían de lo que los maestros religiosos les han enseñado pero no se esfuerzan por aclarar sus dudas. Los tales son indiferentes o pasivos.
3. Puede investigar lo que le han dicho antes de aceptar o rechazarlo. Los tales no dejan de buscar y preguntar hasta que hayan encontrado argumentos sólidos para sus creencias, los cuales se basan en evidencias seguras.
¿En cuál de estas tres categorías
se encuentra usted?
Sep 3, 2019 | Busca a Dios |
Si usted es como yo, quizá la idea de atravesar velozmente la atmósfera en avión le interese hasta cierto punto, pero es probable que se encuentre un poco más a gusto con sus pies en tierra firme. Lo cierto es que a todos nos gustaría evitar la posibilidad (por muy remota que fuera) de sufrir alguna desgracia en el aire.
Gracias a Dios, prácticamente todos los vuelos que he emprendido durante mi vida se han desarrollado sin novedad. De hecho, los únicos problemas que se me han presentado han sido los que suelen ocurrir no en el aire sino en la tierra, antes de embarcarme en el avión. Retrasos y vuelos cancelados, por ejemplo, son dos adversarios comunes que me han hecho frente más de una vez. Seguramente todos podemos suponer cuáles serían los sentimientos de los que no han podido llevar a cabo sus proyectos por el descuido de las líneas aéreas. Pero, por desgracia, a veces el viajero mismo tiene la culpa de no poder llegar a su destino a la hora que le corresponde debido a su propia negligencia.
Así fue el caso mío hace varios años. En aquella ocasión, me atreví a dar una vuelta por Nueva York (con todo mi equipaje) justo horas antes de que saliera mi vuelo del aeropuerto John Fitzgerald Kennedy. Un amigo, con quien había de encontrarme en la ciudad, me convenció de que había suficiente tiempo para dar un paseo y prometió conducirme al tren que me llevaría hasta el aeropuerto. Tras recorrer algunas calles de la «Gran Manzana», me indicó qué línea de tren había de coger, nos despedimos y me subí sin pensarlo dos veces.
No me habría costado nada detenerme a mirar con cuidado el plano de la ciudad que se encontraba en el tren para asegurarme de que, en realidad, viajaba hacia el aeropuerto. Aun si no hubiera habido mapa, lo más lógico habría sido preguntar a alguien capacitado para decirme cómo llegar a mi destino. Tenía toda la información necesaria a mi alcance para no equivocarme de camino; no obstante, me quedé pegado a mi asiento, contemplando pasivamente lo que sucedía a mi alrededor sin informarme si iba bien o no.
A pesar de la buena intención de este amigo de señalarme lo que él pensaba ser el camino correcto, antes de que lo supiese, estuve en Alto Manhattan, ¡lejos del aeropuerto! Me había fiado de él sin reserva alguna, pero yo tendría que aceptar las consecuencias de esa decisión. Aquella noche, perdí el avión que había de llevarme a Madrid y me sería necesario pasar otro día en Nueva York.
Mis planes no se realizaron tal como yo esperaba a causa de mi propia negligencia. Puede que el lector se pregunte: «¿No es culpable el que dio información errónea?» La verdad es que los dos fuimos culpables; él, por haberme señalado un camino que no llegó al destino prometido y yo, por haber cogido ese camino sin investigar por mí mismo si me conduciría a lo que esperaba.
Esta anécdota sencilla me hace reflexionar sobre cómo la gran mayoría de las personas religiosas en el mundo aceptan –sin pensarlo dos veces– las creencias que han recibido de sus padres u otros. Tienen a su alcance toda la información necesaria para no equivocarse de camino, pero, en vez de cuestionar las enseñanzas de los demás, se las traga como «ruedas de molino». Por supuesto, tienen una Biblia en casa, pero no se atreven a retirarla de su lugar inalterable en la estantería o en su mesita de noche. Y allí sigue, el «mapa» divino, patrimonio de todo viajero humano, esperando pacientemente que alguna alma hojee sus páginas polvorientas y siga sus indicaciones infalibles al único destino del cristiano fiel.
Equivocarse de tren ciertamente tiene sus inconveniencias temporales, pero errarnos de camino en temas religiosos influirá negativamente en nuestro destino durante toda la eternidad. Los ácaros (aquellos insectos microscópicos encontrados en el polvo) no son capaces de investigar la palabra de Dios, pero usted sí. ¿Por qué no rompe con la tradición de millones y lee la Biblia por sí mismo para saber si va por buen camino o no? ¡Sea usted diferente de la mayoría! Busque a Dios con todo su ser… y Él le llevará al destino prometido.
Sep 3, 2019 | Busca a Dios |
La necesidad de buscar la verdad es aplicable a todo lo que realmente nos importa en esta vida. Hay astrónomos, por ejemplo, que persiguen insistentemente los secretos de las estrellas porque anhelan saber el origen del universo. Hay investigadores que pasan toda su vida «pegados» al microscopio porque desean descubrir una cura definitiva para las enfermedades que siguen amenazando al hombre. Hay historiadores y arqueólogos que registran con minuciosidad toneladas de libros y tierra porque aspiran a conocer un poco más acerca de las gentes y civilizaciones que nos han precedido.
Se deduce, pues, que también debe de haber personas en el mundo que, en medio de tanta confusión religiosa, anhelan saber la verdad acerca de Dios. A lo largo de su vida los tales se preguntan:
¿Cuál es mi verdadero
propósito en la tierra?
¿Qué es lo que me pasará
después de la muerte?
¿Cómo puedo estar seguro
de que estoy bien con Dios?
¿Nunca ha hecho usted semejantes preguntas? Si es así, recuérdese que, como en los ejemplos mencionados arriba, las respuestas a las preguntas del hombre no caen automáticamente del cielo sin que tenga que hacer nada para encontrarlas. Dios ha hecho la vida de tal manera que para conocer la verdad acerca de los asuntos que nos interesan, primero es necesario BUSCARLA. Asimismo, para conocer la verdad acerca de Dios y nuestro verdadero propósito en la tierra, la Biblia dice:
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá»[1].
Las palabras «pedid, buscad, y … llamad» están en tiempo presente e indican acción contínua[2]. En otras palabras, el conocimiento verdadero de Dios es solamente para los que SIGUEN pidiendo, buscando y llamando. Los tales siempre están dispuestos a comprobar las evidencias que están a su alcance y no cerrar sus oídos, ojos y corazón si estas evidencias no coinciden con lo que siempre han creído y practicado. Por contraste, aquel que no sigue pidiendo, no recibirá; el que no busca, no encontrará; y al que no llama, no se le abrirá.
Para que nuestra búsqueda de la verdad sea fructuosa, también es preciso tener un deseo intenso de hacer la voluntad de Dios sobre todas las cosas. En cierta ocasión Jesucristo dijo:
«Si alguien se decide a hacer la voluntad de Dios, descubrirá si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi propia cuenta»[3].
Entienda o no una persona la verdad «no depende solamente de su inteligencia, sino también de su disposición de hacer la voluntad de Dios»[4]. Muchos no llegan al conocimiento verdadero de Dios, no porque no lo estén buscando, sino porque lo buscan «a su manera» o según lo que siempre han creído y practicado. En vez de conformarse a la voluntad de Dios, éstos quieren hacer que la voluntad de Dios se ajuste a su forma de ver las cosas o que esté de acuerdo con la creencia y religión que han recibido de sus padres u otros. Pero Jesucristo nos dice que solamente hay una manera de saber que estamos en la verdad:
«Si guardáis siempre mis palabras, sois de veras mis discípulos; entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»[5].
Las «palabras» a las cuales se refiere Jesús se encuentran en las páginas del Nuevo Testamento. Solamente una investigación justa de estas palabras, respaldada por una actitud sincera y sin prejuicios, nos puede librar de las cadenas del pecado y de la ignorancia.
[1] Mateo 7:7,8, Versión Reina-Valera (Revisión 1960).
[2] Francisco Lacueva, Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español (Barcelona: Libros CLIE, 1984), p.24.
[3] Juan 7:17, Nueva Versión Internacional.
[4] Wayne Partain, Notas Sobre El Evangelio De Juan (San Antonio, Texas: 1995), p. 67.
[5] Juan 8:31,32, Ediciones Paulinas, 7ª edición.
Sep 3, 2019 | Temas Bíblicos |
¡NO EQUIVALE A «CREER SOLAMENTE»!
- El hombre llega a ser hijo de Dios «por la fe en Cristo Jesús» cuando obedece al Señor en el bautismo (Gálatas 3:26,27). Es verdad que el pecador es justificado «por la fe» (Gálatas 3:24), pero por una fe obediente y activa y no por la «fe solamente» (un simple estado mental).
- Lo que realmente vale: «la fe que obra por el amor» (Gálatas 5:6).
- El hombre es «libertado del pecado» (Romanos 6:18) cuando obedece de corazón a «aquella forma de doctrina», o sea, la enseñanza con respecto al bautismo y su papel en la salvación del hombre (Romanos 6:17, 37).
- La predicación del verdadero evangelio de Cristo «se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe» (Romanos 16:26; 1:5). Hechos 6:7 nos dice: «…también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe«. Dios quiere que «toda las gentes» obedezcan TODAS las condiciones que Él ha establecido para que el hombre se salve y no «creer solamente».
- En Hechos 2:44, «los que habían creído» eran los mismos que habían sido bautizados (versículo 41).
- En Hechos 8:12, «…cuando creyeron a Felipe … se bautizaban hombres y mujeres»
- En Hechos 16:33,34, el carcelero de Filipos «…se bautizó … y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios»
- En Hechos 18:8, «…Crispo … creyó » lo cual incluyó el haber sido «bautizado» por el apóstol Pablo (1ª Corintios 1:14)
- Los demonios «creen solamente» pero no están salvos (Santiago 2:19). ¿Por qué no? ¡Porque su «fe» no les conduce a obedecer a Dios! Los demonios «creen» pero no tienen vida eterna. Es más, aun creen que Jesús es el Hijo de Dios (Mateo 8:29; le conocen, Marcos 1:34; 5:7) ¡pero rehusan obedecerle! Esto significa que «el creer» en Dios es mucho más que la aceptación mental de algún hecho.
- «La fe sin obras está muerta« (Santiago 2:20,26).
- Jesús «es autor de eterna salvación para todos los que le obedecen» (Hebreos 5:9). Para llegar a ser cristiano (o sea, para recibir la salvación que es en Cristo) es necesario obedecer y no «creer solamente».
- El hombre purifica su alma «por la obediencia» a la verdad (1ª Pedro 1:22).
¿Quiénes son los que «creen en Jesús» de verdad?
- «El que cree» en Jesús para vida eterna (Juan 6:47) es el mismo que hace lo que Jesús manda, lo cual incluye el arrepentimiento (Hechos 17:30); la confesión (Romanos 10:9,10; Hechos 8:36,37) y; el bautismo «para perdón de los pecados» (Marcos 16:16; Hechos 2:38) como condiciones previas a la salvación.
- «Aquel que en él cree» (Juan 3:16) es el mismo que se arrepiente, confiesa su fe en Jesús y se bautiza «para perdón de los pecados» (Hechos 2:38). Algunos afirman que «si una persona no se bautiza pero cree en Jesús, no se pierde…»; sin embargo, ¡el apóstol Pedro dice que el bautismo es necesario «para perdón de los pecados»! Está claro que el que no se bautiza para este fin todavía está perdido porque aún no se han lavado sus pecados (Hechos 22:16). Si uno rehusa bautizarse «para perdón de los pecados», tal persona no cree en Jesús porque la fe que salva incluye el bautismo.
- «Los que tienen fe en Jesús» (Romanos 3:26, Nueva Versión Internacional) son los mismos que han sido «sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo» (Romanos 6:35). Dios «justifica» (Romanos 3:26) a los tales cuando su cuerpo de pecado es destruido en el bautismo (Romanos 6:6,7) y no sin este acto de obediencia. ¡La fe verdadera no equivale a «creer solamente»!
- «Toda aquel que cree» (Romanos 1:16) es el mismo que demuestra su «obediencia a la fe» (Romanos 1:5; 16:26) al obedecer TODAS las condiciones que Dios ha establecido para la salvación, las cuales incluyen el bautismo. La obediencia y la fe son dos cosas inseparables. Por ejemplo, vemos que el apóstol Pablo alaba a los romanos diciéndoles: «…vuestra fe se divulga por todo el mundo» (Romanos 1:8). Pero en Ro. 16:19 les dice que «…vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos…»
- «Con el corazón se cree para justicia…» (Romanos 10:10) cuando tal persona obedece «de corazón a aquella forma de doctrina» (el bautismo, Romanos 6:17, 37) y libertado del pecado, viene a ser «siervo de la justicia» (Romanos 6:18).
- Los que son «guardados por el poder de Dios mediante la fe» (1ª Pedro 1:5) son los mismos que habían sido «elegidos … para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo» (versículo 2). Uno recibe los beneficios de la sangre de Jesús en el bautismo y no sin este acto de obediencia (Hechos 2:41,47; 20:28.)