¡Soy una persona muy afortunada! Hace varios años, me tocó el mejor premio del mundo. La posibilidad de que me tocara no dependía de «la suerte» (como si se tratara de cupones o tragaperras) sino de la condición de mi corazón. ¡Es verdad! Para ser premiado, fue necesario que yo obedeciera las enseñanzas de Jesús reveladas en el Nuevo Testamento. Cuando creí en Jesucristo como el Hijo de Dios y fui bautizado (o sumergido en agua)[1], recibí algo que ni los cupones ni ninguna forma de apostar jamás podrá dar a la gente: ¡el perdón de pecados![2]
Ahora soy una de las personas más ricas del mundo, no porque haya sido congraciado con «el gordo», sino porque al obedecer las enseñanzas de Jesús, Dios me ha perdonado todas las cosas malas que he hecho a lo largo de mi vida hasta el día de mi bautismo. Pero, ¡hay más! Si sigo fiel a Dios durante el resto de mi vida[3], arrepintiéndome y pidiéndole perdón si peco[4], recibiré una herencia en el cielo que jamás dejará de ser[5].
Y usted amigo(a), ¿por qué no deja que «le toque»?
[1] Marcos 16:16
[2] Hechos 2:38
[3] 1 Corintios 15:1,2
[4] Hechos 8:22; 1 Juan 2:1
[5] 1 Pedro 1:3,4