La necesidad de buscar la verdad es aplicable a todo lo que realmente nos importa en esta vida. Hay astrónomos, por ejemplo, que persiguen insistentemente los secretos de las estrellas porque anhelan saber el origen del universo. Hay investigadores que pasan toda su vida «pegados» al microscopio porque desean descubrir una cura definitiva para las enfermedades que siguen amenazando al hombre. Hay historiadores y arqueólogos que registran con minuciosidad toneladas de libros y tierra porque aspiran a conocer un poco más acerca de las gentes y civilizaciones que nos han precedido.
Se deduce, pues, que también debe de haber personas en el mundo que, en medio de tanta confusión religiosa, anhelan saber la verdad acerca de Dios. A lo largo de su vida los tales se preguntan:
¿Cuál es mi verdadero
propósito en la tierra?
¿Qué es lo que me pasará
después de la muerte?
¿Cómo puedo estar seguro
de que estoy bien con Dios?
¿Nunca ha hecho usted semejantes preguntas? Si es así, recuérdese que, como en los ejemplos mencionados arriba, las respuestas a las preguntas del hombre no caen automáticamente del cielo sin que tenga que hacer nada para encontrarlas. Dios ha hecho la vida de tal manera que para conocer la verdad acerca de los asuntos que nos interesan, primero es necesario BUSCARLA. Asimismo, para conocer la verdad acerca de Dios y nuestro verdadero propósito en la tierra, la Biblia dice:
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá»[1].
Las palabras «pedid, buscad, y … llamad» están en tiempo presente e indican acción contínua[2]. En otras palabras, el conocimiento verdadero de Dios es solamente para los que SIGUEN pidiendo, buscando y llamando. Los tales siempre están dispuestos a comprobar las evidencias que están a su alcance y no cerrar sus oídos, ojos y corazón si estas evidencias no coinciden con lo que siempre han creído y practicado. Por contraste, aquel que no sigue pidiendo, no recibirá; el que no busca, no encontrará; y al que no llama, no se le abrirá.
Para que nuestra búsqueda de la verdad sea fructuosa, también es preciso tener un deseo intenso de hacer la voluntad de Dios sobre todas las cosas. En cierta ocasión Jesucristo dijo:
«Si alguien se decide a hacer la voluntad de Dios, descubrirá si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi propia cuenta»[3].
Entienda o no una persona la verdad «no depende solamente de su inteligencia, sino también de su disposición de hacer la voluntad de Dios»[4]. Muchos no llegan al conocimiento verdadero de Dios, no porque no lo estén buscando, sino porque lo buscan «a su manera» o según lo que siempre han creído y practicado. En vez de conformarse a la voluntad de Dios, éstos quieren hacer que la voluntad de Dios se ajuste a su forma de ver las cosas o que esté de acuerdo con la creencia y religión que han recibido de sus padres u otros. Pero Jesucristo nos dice que solamente hay una manera de saber que estamos en la verdad:
«Si guardáis siempre mis palabras, sois de veras mis discípulos; entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»[5].
Las «palabras» a las cuales se refiere Jesús se encuentran en las páginas del Nuevo Testamento. Solamente una investigación justa de estas palabras, respaldada por una actitud sincera y sin prejuicios, nos puede librar de las cadenas del pecado y de la ignorancia.
[1] Mateo 7:7,8, Versión Reina-Valera (Revisión 1960).
[2] Francisco Lacueva, Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español (Barcelona: Libros CLIE, 1984), p.24.
[3] Juan 7:17, Nueva Versión Internacional.
[4] Wayne Partain, Notas Sobre El Evangelio De Juan (San Antonio, Texas: 1995), p. 67.
[5] Juan 8:31,32, Ediciones Paulinas, 7ª edición.