¿Cuál de los Dos Caminos Prefiere Usted?

¿Cuál de los Dos Caminos Prefiere Usted?

En todos los países del mundo la gente es propensa a seguir la creencia y religión que se recibe de los padres u otros sin investigar y pensar cada quien por sí mismo. La insensatez de esta costumbre universal se ve en el pasaje bíblico conocido como el «Sermón del Monte». Jesús dijo:

«…es ancha la puerta, y espacioso el camino que conduce a la destrucción, y muchos entran por ella. Pero es estrecha la puerta, y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran»[1].

       «Muchos» eligen el camino que conduce a la destrucción porque absorben como esponjas las convicciones de otros sin averiguar si realmente están de acuerdo con la voluntad de Dios. «Muchos» creen que no les hace falta comprobar la solidez de tales convicciones porque, según ellos, sus padres u otros (sacerdotes, pastores, etc.) «jamás me llevarían por mal camino».

       Usted puede andar juntamente con la gran mayoría en el camino de la autosuficiencia o puede ser diferente y examinar por sí mismo lo que ha aprendido de los demás a la luz de las enseñanzas claras de Jesucristo reveladas en el Nuevo Testamento. Él está sumamente capacitado para decirle cómo llegar al cielo, porque tiene «palabras de vida eterna»[2].

       Dios promete a todo el que lo busca de verdad:

«…si recibes mis palabras, y atesoras mis mandamientos dentro de ti, da oído a la sabiduría … si la buscas como a plata, y la procuras como a tesoros escondidos, entonces entenderás el temor del Señor, y descubrirás el conocimiento de Dios»[3].

       Deje que el Señor le conduzca al único destino verdadero del cristiano fiel. ¡Él jamás le fallará!



[1] Mateo 7:13,14, Nueva Versión Internacional.

[2] Juan 6:68, Versión Reina-Valera (Revisión 1960).

[3] Proverbios 2:1-5, La Biblia De Las Américas.

5 Razones por las que Usted Debe Buscar a Dios por Sí Mismo

5 Razones por las que Usted Debe Buscar a Dios por Sí Mismo

 

INTRODUCCIÓN

A. Imagínese el siguiente suceso: un pariente suyo quiere hacer un viaje en coche desde Tánger, Marruecos hasta la ciudad de Johannesburgo, Sudáfrica, un viaje de miles de kilómetros. Pensando en el bienestar de su pariente, usted le aconseja: «Llévate un buen mapa», a lo cual le responde, «no hace falta.» Después usted le dice: «Has verificado en un mapa la ruta que vas a coger, ¿verdad?» «Pues, no,» –contesta– «pero creo que puedo llegar de todas formas.» «Ah,» –le dice usted un poco preocupado– «seguramente te vas a llevar una brújula». «Pues, no…» –contesta confiadamente– «es que me llevo las señas que me han dado algunos amigos.» Entonces Vd. le dice: «Desde luego, tus amigos han estado en África.» Replica su pariente: «Pues, no, pero confío en ellos.» Por fin, pregunta usted: «¿No sería sabio verificar en un buen mapa el trayecto que te han indicado para no equivocarte de camino?» Persistiendo en su terquedad, contesta su pariente: «¡No hace falta!» ¿Quién, estando en su cabal juicio, haría un viaje tan insensato? Cualquier viajero se expondría a un mundo de peligro: inmensos desiertos, regiones selváticas, tribus indígenas posiblemente en guerra, etc. ¡Saber el camino correcto podría ser cuestión de vida o muerte!

B. Si reconocemos la necesidad de verificar el camino en este caso, entonces ¿cuánta más necesidad hay de comprobar lo que dicen los demás en cuanto a las cosas de Dios? Por esta razón el apóstol Pablo nos dice: «Examinadlo todo, retened lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21).

C. Por esta misma razón, Jesús quiere que cada uno de nosotros busque la verdad por sí mismo (Mateo 7:7).

1. Muchos dejan que los maestros religiosos y otras personas busquen POR ellos. Parece que tales personas piensan que el estudio de estas cosas son para los que enseñan (esto es, para los sacerdotes, pastores, predicadores, etc.), pero «no para mí». Añaden: «Que ellos las investiguen» o «dejaré que mi pastor o sacerdote estudie estas cosas y él me informará si es la verdad o no.»

2. En esta lección queremos ver cinco razones por las que usted debe buscar a Dios por sí mismo.


I. PORQUE CADA UNO TENDRÁ QUE DAR CUENTA DE SÍ MISMO

A. 2 Corintios 5:10 — «Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.»

B. Romanos 14:10-12 — «…todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.»

C. No podemos echar la culpa a Dios ni a nadie por el hecho de que nunca investigamos la verdad por nosotros mismos. Cuando nos encontremos ante el tribunal de Cristo en el juicio final no podremos decir: «Pero mi pastor me dijo que era la voluntad de Dios»; «la culpa la tiene el cura de mi parroquia; él me enseñó mal»; «pero yo confiaba en que mis padres me decían la verdad.»; etc., etc. La pregunta no es: «¿Qué han hecho los demás?» sino «¿qué ha hecho USTED con su propia vida?»

D. Tampoco debemos pensar que nuestra relación con Dios está asegurada porque el pastor o cura nos lo ha dicho.


II. PORQUE PUEDE QUE MAÑANA NO TENGA OTRA OPORTUNIDAD PARA INVESTIGAR

A. 1 Crónicas 29:15 — «Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura.»

B. Job 14:1,2 — «El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece.»

C. Santiago 4:14 — «…no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.» Puede que mis ojos nunca vean el resplandor de mañana.

D. Se calcula que aproximadamente 60 millones de personas se mueren cada año. En otras palabras, 2 personas cada segundo. «Pero, tengo mucha vida por delante,» dice alguno. Puede que sí y puede que no.

E. Hebreos 9:27,28 — «…está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio…» No tendrá otra oportunidad de investigar después de la muerte. La reencarnación no existe.


III. PORQUE SU ALMA VALE DEMASIADO PARA CONFIARLA CIEGAMENTE A OTRO

A. Mateo 16:26 — «Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?» Cada individuo es dueño de algo que excede el valor de todas las riquezas terrenales: su propia alma.

B. Dice el lexicógrafo Thayer que la palabra alma se refiere «a una esencia que se distingue del cuerpo y no se disuelve en la muerte». ¡Cada hombre y mujer posee algo que es muchísimo más importante que la vida física!

C. No confiamos nuestro cuerpo a cualquier médico. Hace varios años entré en el despacho de cierto médico por primera vez y cuál fue mi sorpresa al ver sus instrumentos quirúgicos viejos y sucios. Por si esto fuera poco, me dio poca explicación de mi enfermedad. ¿Cuál fue mi reacción? ¡Me fui y desde aquel día no lo he vuelto a ver! Si entendemos la importancia de no confiar ciegamente nuestro cuerpo a cualquier médico, ¿por qué vamos a entregar nuestra alma a otro sin investigar por nosotros mismos para ver si lo que nos dice es la verdad o no?


IV. PORQUE LOS MAESTROS RELIGIOSOS SON FALIBLES

A. A veces lleven a otros por mal camino a causa de su propia ignorancia. Otras veces lo hacen queriendo (enseñan sus doctrinas falsas «para engañar», Efesios 4:14). En cada caso las consecuencias son DEVASTADORAS.

* Por contraste, la actitud despreocupada en la mayoría de las iglesias del mundo se ve en frases tales como «uno es libre para creer y enseñar lo que quiera»; «todos somos hermanos»; «olvidémonos de nuestras diferencias»; «lo que importa es estar a gusto con la iglesia de tu preferencia»; «las doctrinas diferentes no tienen importancia sino el amarnos unos a otros»; etc., etc.

B. Argumentos comunes y respuestas:

1. «Para mí todas las religiones son buenas.»

Mateo 7:15 — Según Jesús, no es así. Véase también, Mateo 24:11.

2. «Lo importante es ser sincero en lo que uno cree.»

* Sin embargo, ¿qué le pasará a la persona que toma veneno, creyendo sinceramente que es medicina? ¿Acaso se salvará por su sinceridad?

3. » Uno no es culpable si otro le ha enseñado mal.»

Mateo 15:14 — Refiriéndose a los falsos maestros de Su tiempo, Jesús dijo: «Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo.» Se cita este versículo a menudo para advertirnos del peligro de los falsos maestros, pero eran «ciegos» los que seguían también. Los dos son culpables, ¡tanto el que guiaba como el que seguía!

C. Mateo 23:13 — «Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando.»

D. Lucas 11:52 — «¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis.»

E. 1 Timoteo 1:7 — «queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman.»

F. 2 Pedro 2:1 — «Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.»

G. 1 Juan 1:4 — «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.» El contexto en este versículo enseña claramente que los «espíritus» son «profetas», o sea maestros. Se «prueba» a los maestros comparando lo que enseñan con la palabra de Jesús revelada en el Nuevo Testamento.

H. ¿Eran reaccionarios los que escribieron estos versículos? ¿extremistas? ¿fanáticos? ¿o sencillamente equivocados, creyendo que existía este peligro el cual, en realidad, no existía? Nuestros tiempos no son distintos. Todavía existe el peligro de ser engañado por falsos maestros.


V. PORQUE TODOS LOS CAMINOS NO LLEGAN AL MISMO SITIO

A. Mateo 7:13,14 — En los asuntos espirituales no es verdad el refrán popular de que «todos los caminos llegan a Roma». Los caminos de la gran mayoría de la gente religiosa conducen a la destrucción, ¡no al cielo!

B. Jesús ama a todos y por esto advierte a todos acerca del peligro de coger un camino que no nos convenga.

CONCLUSIÓN

A. Recordemos de nuevo la promesa de Cristo: «…buscad y hallaréis…» (Mateo 7:7). Si uno busca con un corazón recto, encontrará.

B. Juan 7:17 — Para poder conocer si la enseñanza de uno es de Dios, primero es necesario QUERER hacer la voluntad de Dios, revelada en el Nuevo Testamento. ¿»Quiere» usted?

No Tenga Miedo de Poner a Prueba Sus Creencias

No Tenga Miedo de Poner a Prueba Sus Creencias

       A diferencia de muchos grupos religiosos que disuaden a sus afiliados de investigar las enseñanzas de otros, la Biblia exige que pongamos a prueba tales enseñanzas. Un ejemplo de esto se ve en lo que el apóstol Pablo escribió a los cristianos que vivían en la ciudad de Tesalónica, Grecia. Pablo les exhortó diciendo: «Examinadlo todo; retened lo bueno»[1].

       El verbo «examinar» en este texto quiere decir «poner a prueba, probar, aprobar»[2]. La Biblia es como aquellos aparatos usados en bancos y en otros establecimientos para distinguir entre la moneda falsa y la auténtica. Con ella podemos y debemos «poner a prueba» toda enseñanza, incluso la que nosotros hemos recibido de nuestros padres u otros.

«Examinadlo todo» requiere la investigación, que uno someta a prueba su fe y práctica. Cualquier líder religioso (o pariente o amigo) que rehúse una investigación amplia de su enseñanza no enseña la verdad, porque el Señor requiere que todo se someta a prueba, que no aceptemos cierta enseñanza simplemente porque confiamos en nuestros padres o en otros que nos han enseñado, ni tampoco porque el que nos enseñó fue muy sincero o muy celoso o muy educado, etc. Más bien, es necesario «poner a prueba» todo detalle de nuestra fe y práctica para estar seguros de que estamos bien fundados en la verdad…

Una de las salidas más populares para evitar la investigación de alguna doctrina es la expresión, «lo que usted dice es solamente la interpretación de usted», y otra es, «cada quien tiene el derecho de creer lo que quiera». Con tales dichos cierran la conversación y evitan la investigación de su creencia. Para los tales el error es tan bueno como la verdad…[3].

       Sin embargo, ¡sólo la verdad nos puede librar de nuestros pecados![4] ¿Pondrá a prueba usted las creencias que ha recibido de otros o seguirá aceptándolas sin investigar por sí mismo? La decisión final… es suya.



[1] 1ª Tesalonicenses 5:21, Versión Reina-Valera (Revisión 1960).

[2] W.E. Vine, Diccionario Expositivo De Palabras Del Nuevo Testamento (Barcelona: Libros CLIE, 1984), vol. 2, p. 98.

[3] Wayne Partain, 1ª y 2ª Epístolas de Pablo a los Tesalonicenses (San Antonio, Texas:1996), p. 47.

[4] Juan 8:31,32

¿Cuál es Su Actitud con Respecto a lo que Otros Le Han Dicho?

¿Cuál es Su Actitud con Respecto a lo que Otros Le Han Dicho?

       En el curso de nuestra vida, usted y yo decidimos coger un camino determinado a consecuencia de lo que otros nos han enseñado, sean familiares, amigos, profesores de escuela, sacerdotes, pastores, predicadores, etc. Poco a poco nuestras convicciones se van cristalizando por medio de este aprendizaje e influyen en todo lo que pensamos y hacemos. (Aun los inventores más grandes de la historia nos habrían dejado sin nuevos descubrimientos si no hubiese sido por el conocimiento que adquirieron de sus predecesores.) En fin, no hay nadie sobre la faz de la tierra que no haya aprendido de otro, o por palabra o por ejemplo, y esta norma de la vida se aplica sobre todo a la religión.

       Nuestras convicciones religiosas se asemejan a los ladrillos de una casa. A medida que vayamos aprendiendo de otros, le ponemos más ladrillos, a veces sustituyendo los antiguos por otros nuevos cuando cambiamos de opinión en cuanto a alguna creencia. Aun los que niegan creer en Dios o en la religión organizada construyen su casa a base de principios y normas de conducta que han adquirido de otros de creencias parecidas. ¿Cuál es SU actitud con respecto a lo que otros le han dicho a usted? Hay por lo menos tres posibles respuestas a esta pregunta:

1. Puede aceptar lo que le han dicho sin investigarlo por sí mismo. Tanto el religioso como el ateo se pueden hallar en esta categoría por rehusar averiguar por sí mismos lo que han aprendido de los demás. Los tales adoptan a ciegas ideas y costumbres de otros y nunca las ponen en duda.

2. Puede rechazar lo que le han dicho sin querer saber la verdad del asunto. Muchos desconfían de lo que los maestros religiosos les han enseñado pero no se esfuerzan por aclarar sus dudas. Los tales son indiferentes o pasivos.

3. Puede investigar lo que le han dicho antes de aceptar o rechazarlo. Los tales no dejan de buscar y preguntar hasta que hayan encontrado argumentos sólidos para sus creencias, los cuales se basan en evidencias seguras.

¿En cuál de estas tres categorías
se encuentra usted?

Investigar o No Investigar

Investigar o No Investigar

Tres Lecciones de la Historia


Hace casi cuatro siglos, un astrónomo italiano llamado Galileo, utilizando uno de los primeros telescopios, demostró la premisa de que el Sol no gira alrededor de la Tierra sino que el giro de la Tierra sobre su propio eje crea la ilusión de que el Sol se mueve por el cielo. En desacuerdo con lo que se creía en aquel tiempo, Galileo afirmaba que el Sol es el centro de nuestro sistema planetario y su creencia le valió una estancia en la cárcel.

       A pesar de los esfuerzos de este científico, la gran mayoría de los maestros religiosos seguían creyendo equivocadamente que los planetas y el Sol daban vueltas en torno de la Tierra y cualquiera que contradijera esta enseñanza fue calificado de «hereje». Muchos de estos maestros y sus seguidores ignoraban que lo que les decía Galileo era la verdad debido, en parte, a su desgana para iniciar una investigación sincera de la información que estaba a su alcance. Esto demuestra que cuando el hombre no pone a prueba sus creencias, es muy posible que se halle más lejos de la verdad de lo que pensaba.

       Otro ejemplo de esta regla de la vida se ve en la antigua superstición de que la tierra es plana. Si no hubiera sido por la valentía de algunos que sometieron a prueba esta creencia errónea, posiblemente hoy en día no osaríamos aventurarnos demasiado lejos en nuestras naves, por miedo de caer por el borde del planeta.

       (En realidad, estos exploradores no tuvieron que ir tan lejos para saber que nuestro mundo es redondo. Más de dos mil años antes de este descubrimiento, la Biblia ya había afirmado que «[Dios] es el que está sentado sobre la redondez de la tierra, cuyos habitantes son como langostas; Él es el que extiende los cielos como una cortina y los despliega como una tienda para morar»[1]. ) Abundan los casos en que una investigación honrada de convicciones comúnmente aceptadas por el gran público ha redundado en beneficio de la humanidad. Un análisis justo de los hechos, respaldado por una actitud sincera y sin prejuicios, nos puede librar de las cadenas de la ignorancia y animar a vivir sin miedo a lo desconocido.

       Por contraste, cuando no se ponen a prueba las creencias generalmente aceptadas por la mayoría, a veces terminamos siendo perjudicados. Considérese este tercer ejemplo tomado del mundo médico:

Hace cien años, el médico Ignaz Semmelweis hizo pública su preocupación porque los facultativos añadían riesgos indebidos, que suponían un peligro para sus pacientes, al no lavarse las manos antes de realizar intervenciones quirúrgicas o asistir en los partos. Incluso inmediatamente después de haber practicado autopsias en cadáveres de fallecidos por enfermedad, los cirujanos pasaban directamente a otra sala para asistir en un parto, sin aclararse siquiera las manos. ¿Cómo se recibió esta nueva información? Los colegas del doctor Semmelweis lo condenaron y denostaron sin piedad, acosándole hasta que tuvo que abandonar su profesión[2].

       ¿Sabe usted si hoy en día los cirujanos se lavan las manos antes de asistir en un parto o antes de una intervención quirúrgica? Por supuesto que sí. No sólo se lavan las manos con jabones antibacterianos sino que también se ponen guantes, gorras, mascarillas, zapatillas y batas (todos esterilizados) para disminuir el riesgo de contagiar al paciente. Además, los médicos se aseguran de que todos los instrumentos quirúrgicos (y hasta la misma sala de operaciones) han sido totalmente desinfectados antes de cada intervención. Es obvio que los médicos ahora reconocen que el doctor Semmelweis decía la verdad, ¿pero cuántos pacientes padecían y morían innecesariamente de infecciones (contraídas en el mismo hospital) por la desgana de algunos de investigar lo que siempre habían creído y practicado? Tanto fue la oposición de los colegas de Semmelweis, ¡que tuvo que abandonar su profesión!

       Más de tres mil años antes del descubrimiento de este buen doctor, la Biblia ya había prevenido a la humanidad contra el peligro del contagio y enseñaba principios tan importantes en el mundo médico moderno como el de la cuarentena para pacientes con enfermedades infecciosas. En los primeros libros de la Biblia, el profeta Moisés transcribió un sistema científicamente comprobado de leyes sanitarias para el pueblo judío[3]. Estos preceptos eran fáciles de entender. Cualquiera que tocara el cuerpo del muerto o el del enfermo fue declarado «inmundo». Poco después, el «inmundo» tenía que lavarse el cuerpo (y hasta su misma ropa) repetidas veces con agua limpia antes de volver a ocupar su lugar en la sociedad.

       Si la examinación de estas tres creencias comunes ha redundado a beneficio de la humanidad, ¿sería difícil creer que una investigación honrada de nuestras convicciones y costumbres religiosas también nos pudiera favorecer de alguna forma? Reconociendo que a veces la mayoría puede estar equivocada, ¿sería sabio creer o practicar algo sólo porque los demás nos han asegurado de que es la verdad? Desde luego que no. La historia nos enseña claramente que es esencial examinar con mucho cuidado lo que hemos aprendido de otros para que no seamos arrastrados por su error. No volvamos a repetir la historia; ¡investiguemos lo que nos han dicho!



[1] Isaías 40:22, La Biblia de las Américas.

[2] Harvey y Marilyn Diamond, Vida Sana (Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 1989), p. 20.

[3] Números 19:11-22; Levítico capítulos 13 y 14.

Cuando No Investigamos por Nosotros Mismos

Cuando No Investigamos por Nosotros Mismos

Si usted es como yo, quizá la idea de atravesar velozmente la atmósfera en avión le interese hasta cierto punto, pero es probable que se encuentre un poco más a gusto con sus pies en tierra firme. Lo cierto es que a todos nos gustaría evitar la posibilidad (por muy remota que fuera) de sufrir alguna desgracia en el aire.

       Gracias a Dios, prácticamente todos los vuelos que he emprendido durante mi vida se han desarrollado sin novedad. De hecho, los únicos problemas que se me han presentado han sido los que suelen ocurrir no en el aire sino en la tierra, antes de embarcarme en el avión. Retrasos y vuelos cancelados, por ejemplo, son dos adversarios comunes que me han hecho frente más de una vez. Seguramente todos podemos suponer cuáles serían los sentimientos de los que no han podido llevar a cabo sus proyectos por el descuido de las líneas aéreas. Pero, por desgracia, a veces el viajero mismo tiene la culpa de no poder llegar a su destino a la hora que le corresponde debido a su propia negligencia.

       Así fue el caso mío hace varios años. En aquella ocasión, me atreví a dar una vuelta por Nueva York (con todo mi equipaje) justo horas antes de que saliera mi vuelo del aeropuerto John Fitzgerald Kennedy. Un amigo, con quien había de encontrarme en la ciudad, me convenció de que había suficiente tiempo para dar un paseo y prometió conducirme al tren que me llevaría hasta el aeropuerto. Tras recorrer algunas calles de la «Gran Manzana», me indicó qué línea de tren había de coger, nos despedimos y me subí sin pensarlo dos veces.

       No me habría costado nada detenerme a mirar con cuidado el plano de la ciudad que se encontraba en el tren para asegurarme de que, en realidad, viajaba hacia el aeropuerto. Aun si no hubiera habido mapa, lo más lógico habría sido preguntar a alguien capacitado para decirme cómo llegar a mi destino. Tenía toda la información necesaria a mi alcance para no equivocarme de camino; no obstante, me quedé pegado a mi asiento, contemplando pasivamente lo que sucedía a mi alrededor sin informarme si iba bien o no.

       A pesar de la buena intención de este amigo de señalarme lo que él pensaba ser el camino correcto, antes de que lo supiese, estuve en Alto Manhattan, ¡lejos del aeropuerto! Me había fiado de él sin reserva alguna, pero yo tendría que aceptar las consecuencias de esa decisión. Aquella noche, perdí el avión que había de llevarme a Madrid y me sería necesario pasar otro día en Nueva York.

       Mis planes no se realizaron tal como yo esperaba a causa de mi propia negligencia. Puede que el lector se pregunte: «¿No es culpable el que dio información errónea?» La verdad es que los dos fuimos culpables; él, por haberme señalado un camino que no llegó al destino prometido y yo, por haber cogido ese camino sin investigar por mí mismo si me conduciría a lo que esperaba.

       Esta anécdota sencilla me hace reflexionar sobre cómo la gran mayoría de las personas religiosas en el mundo aceptan –sin pensarlo dos veces– las creencias que han recibido de sus padres u otros. Tienen a su alcance toda la información necesaria para no equivocarse de camino, pero, en vez de cuestionar las enseñanzas de los demás, se las traga como «ruedas de molino». Por supuesto, tienen una Biblia en casa, pero no se atreven a retirarla de su lugar inalterable en la estantería o en su mesita de noche. Y allí sigue, el «mapa» divino, patrimonio de todo viajero humano, esperando pacientemente que alguna alma hojee sus páginas polvorientas y siga sus indicaciones infalibles al único destino del cristiano fiel.

       Equivocarse de tren ciertamente tiene sus inconveniencias temporales, pero errarnos de camino en temas religiosos influirá negativamente en nuestro destino durante toda la eternidad. Los ácaros (aquellos insectos microscópicos encontrados en el polvo) no son capaces de investigar la palabra de Dios, pero usted sí. ¿Por qué no rompe con la tradición de millones y lee la Biblia por sí mismo para saber si va por buen camino o no? ¡Sea usted diferente de la mayoría! Busque a Dios con todo su ser… y Él le llevará al destino prometido.

La Necesidad de Buscar

La Necesidad de Buscar

La necesidad de buscar la verdad es aplicable a todo lo que realmente nos importa en esta vida. Hay astrónomos, por ejemplo, que persiguen insistentemente los secretos de las estrellas porque anhelan saber el origen del universo. Hay investigadores que pasan toda su vida «pegados» al microscopio porque desean descubrir una cura definitiva para las enfermedades que siguen amenazando al hombre. Hay historiadores y arqueólogos que registran con minuciosidad toneladas de libros y tierra porque aspiran a conocer un poco más acerca de las gentes y civilizaciones que nos han precedido.

       Se deduce, pues, que también debe de haber personas en el mundo que, en medio de tanta confusión religiosa, anhelan saber la verdad acerca de Dios. A lo largo de su vida los tales se preguntan:

¿Cuál es mi verdadero
propósito en la tierra?

¿Qué es lo que me pasará
después de la muerte?

¿Cómo puedo estar seguro
de que estoy bien con Dios?

       ¿Nunca ha hecho usted semejantes preguntas? Si es así, recuérdese que, como en los ejemplos mencionados arriba, las respuestas a las preguntas del hombre no caen automáticamente del cielo sin que tenga que hacer nada para encontrarlas. Dios ha hecho la vida de tal manera que para conocer la verdad acerca de los asuntos que nos interesan, primero es necesario BUSCARLA. Asimismo, para conocer la verdad acerca de Dios y nuestro verdadero propósito en la tierra, la Biblia dice:

«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá»[1].

       Las palabras «pedid, buscad, y … llamad» están en tiempo presente e indican acción contínua[2]. En otras palabras, el conocimiento verdadero de Dios es solamente para los que SIGUEN pidiendo, buscando y llamando. Los tales siempre están dispuestos a comprobar las evidencias que están a su alcance y no cerrar sus oídos, ojos y corazón si estas evidencias no coinciden con lo que siempre han creído y practicado. Por contraste, aquel que no sigue pidiendo, no recibirá; el que no busca, no encontrará; y al que no llama, no se le abrirá.

       Para que nuestra búsqueda de la verdad sea fructuosa, también es preciso tener un deseo intenso de hacer la voluntad de Dios sobre todas las cosas. En cierta ocasión Jesucristo dijo:

«Si alguien se decide a hacer la voluntad de Dios, descubrirá si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi propia cuenta»[3].

       Entienda o no una persona la verdad «no depende solamente de su inteligencia, sino también de su disposición de hacer la voluntad de Dios»[4]. Muchos no llegan al conocimiento verdadero de Dios, no porque no lo estén buscando, sino porque lo buscan «a su manera» o según lo que siempre han creído y practicado. En vez de conformarse a la voluntad de Dios, éstos quieren hacer que la voluntad de Dios se ajuste a su forma de ver las cosas o que esté de acuerdo con la creencia y religión que han recibido de sus padres u otros. Pero Jesucristo nos dice que solamente hay una manera de saber que estamos en la verdad:

«Si guardáis siempre mis palabras, sois de veras mis discípulos; entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»[5].

       Las «palabras» a las cuales se refiere Jesús se encuentran en las páginas del Nuevo Testamento. Solamente una investigación justa de estas palabras, respaldada por una actitud sincera y sin prejuicios, nos puede librar de las cadenas del pecado y de la ignorancia.



[1] Mateo 7:7,8, Versión Reina-Valera (Revisión 1960).

[2] Francisco Lacueva, Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español (Barcelona: Libros CLIE, 1984), p.24.

[3] Juan 7:17, Nueva Versión Internacional.

[4] Wayne Partain, Notas Sobre El Evangelio De Juan (San Antonio, Texas: 1995), p. 67.

[5] Juan 8:31,32, Ediciones Paulinas, 7ª edición.